En Santiago es donde se encuentran los dos monumentos más célebres y emblemáticos de Chile : la Moneda, el palacio presidencial desde 1845, y el estadio nacional, donde late el “corazón” de la pasión chilena por el fútbol. Construido en 1938, el estadio nacional es el lugar de las emociones deportivas más memorables del país, tales como la clasificación para los cuartos de final de la copa del mundo de 1962 organizada por Chile o la victoria de la Copa América de 2015. Pero hace más de 50 años que la imagen del estadio nacional es indisociable del fin brutal de la experiencia socialista de la Unidad Popular dirigida por el presidente Salvador Allende. El día después del golpe de estado militar en septiembre de 1973, el estadio nacional se convirtió durante algunas semanas en el principal centro de detención, torturas y ejecuciones del país. Las imágenes de centenas de prisioneros políticos sentados en las gradas, bajo la amenaza de las metralletas de sus carceleros uniformados, están grabadas en la memoria colectiva y se han convertido en emblemáticas de uno de los periodos más sombríos de la historia contemporánea de América del Sur. Así pues, en septiembre de 1973 el estadio nacional adquiere una dimensión histórica. Nos ha parecido interesante evocar esta faceta de la historia de Chile a través del destino particular de este monumento dedicado al juego colectivo del deporte.

En primer lugar, evocaremos el golpe de Estado del 73 con la finalidad de comprender cómo el estadio “entra” en la historia política. En segundo lugar, a través de la anécdota de un célebre partido de fútbol, mostraremos que el estadio nacional fue también, en 1973, una apuesta diplomática para la dictadura. Por fin, veremos que al ser restaurada la democracia en 1989, el estadio se ha convertido en nuestros días en un “lugar de la memoria”.

 

I/ ¿Golpe de estado o acto de guerra?

El 11 de septiembre de 1973, el golpe de estado organizado por las fuerzas armadas chilenas interrumpe brutalmente, en un baño de sangre, la experiencia de transformación social conducida por el presidente Salvador Allende. Este, candidato por cuarta vez, había sido elegido tres años antes como representante de la Unidad Popular, una amplia coalición de fuerzas de izquierdas reagrupadas bajo una bandera común: socialistas, comunistas, una porción de radicales pero también los demócrata-cristianos más izquierdistas. Elegido democráticamente con una ajustada mayoría relativa, la “vía chilena hacia el socialismo” suscitó el interés de numerosos observadores extranjeros, como el sociólogo Alain Touraine (1). En el contexto de la Guerra Fría, en una América Latina en plena efervescencia desde la Revolución cubana, un país que pretendía echar a andar el socialismo dentro del tablero de juego de la democracia liberal era, en el estricto sentido de la palabra, un “experimento” que despertaba interés…

El golpe de estado militar del 11 de septiembre conmocionó al mundo. En América Latina, el continente de los pronunciamientos, el ejército chileno parecía distinguirse por su legalismo y respeto a la constitución democrática del país. En consecuencia, para los atentos observadores de la realidad chilena de 1973, esta sublevación militar no fue más que una media sorpresa, como la “crónica de una muerte anunciada”. Las tensiones sociales, la violencia creciente en discursos y enfrentamientos políticos, la degradación de la situación económica (racionamiento, inflación galopante) habían creado un clima favorable a una intervención de las fuerzas armadas en el juego político. Pero lo que dejó estupefacto al mundo entero fue el grado de brutalidad, la violencia súbitamente desatada contra un pueblo que, mal que bien, a pesar de sus errores, los vientos en contra y la situación explosiva, tenía el mérito de permanecer en el tablero democrático. Evocaremos aquí aquellos hechos relevantes del 11 de septiembre. El palacio presidencial de la Moneda, en el que Allende se había reunido con un grupo de personas afines esa mañana tras conocer la noticia de la sublevación del ejército, fue sitiado por la infantería y los carros de combate. Alrededor de las 11:30 h., la orden de bombardear el “corazón de la democracia chilena desde hacía 150 años”(2) fue dada a los cazas, provocando a su vez un incendio en una de las alas del edificio y considerables destrozos. Los militares encargados del asalto final descubrieron en la segunda planta, hacia las 14:30 h., el cuerpo sin vida del Presidente, el cráneo atravesado por una ráfaga de metralleta que él mismo se había disparado. El mismo día, la residencia presidencial fue asaltada, bombardeada, sometida a saqueo y pillaje. ¿Cuál era el fin buscado si Allende se hallaba en la Moneda?

El uso de armas modernas, en particular los bombardeos aéreos, hace pensar, más que en un golpe de estado, en una escena de guerra. Este desencadenamiento de violencia da que pensar cuando se evocan las tradiciones legalistas de las fuerzas armadas chilenas o cuando se sabe que el general Pinochet, nombrado general en jefe por Allende, había jurado fidelidad al presidente el 23 de agosto de 1973, es decir, menos de tres semanas antes. Desde las primeras horas del golpe, los militares habían tomado el control de las radios del país, con excepción solamente de una, Radio-Magallanes, la cual permitió a Allende dirigirse por última vez a los chilenos. Condenó firmemente la traición del ejército, pero no llamó al pueblo a tomar las armas, sin duda para evitar un baño de sangre que sabía inútil (3). Para los militares que oyeron el mensaje, la partida ya había sido ganada de antemano…

Para tratar de comprender la violencia del golpe de estado, avanzaremos dos hipótesis que no son contradictorias.

La primera provendría de un deseo por unificar los tres estamentos que componen el ejército chileno. El golpe de estado fue conducido y organizado, esencialmente, por la Armada a partir de la base de Valparaíso. El acuerdo del ejército de tierra comandado por el general Pinochet era indispensable para el éxito del golpe; este fue obtenido el 8 de septiembre, es decir, tres días antes del levantamiento. Además, los bombardeos aéreos del 11 de septiembre habrían permitido asociar la aviación a la obra de “salvar la nación”. Así pues, el hecho de conseguir la unidad del ejército “al servicio de Chile”, hizo posible la sublevación en nombre del bien de la nación, de sus valores, de su interés superior.

Para una segunda hipótesis, más convincente, hace falta volver a los discursos de los militares que intentaban justificar y legitimar su sublevación. Por suerte, no han sido tacaños en proclamas y declaraciones. El bando nº 1 difundido por la Junta la mañana del golpe de estado justifica la sublevación con dos argumentos. El principal, el que ocupa más espacio en el texto, alude a la situación del país: “la gravísima crisis económica, social y moral que está en vías de destruir el país”, la amenaza de “una guerra civil inevitable”, “la incapacidad del gobierno” habría conducido al ejército a sublevarse para “la liberación de la patria” y “la restauración del orden e instituciones” (4). Una especie de impeachment guiado a son de cañón contra un presidente que había fallado, en cierto modo… Desde esta óptica, el poder autoritario de los militares podría ser interpretado como un periodo de transición, con el fin de restaurar el orden en una sociedad en ebullición por las pasiones políticas. Transición que duraría hasta el restablecimiento de las instituciones democráticas a cargo de civiles y el regreso de los militares a sus cuarteles. Sin embargo, en el mismo texto, aflora un argumento más ideológico que se resume en unas palabras: “liberación de la patria del yugo marxista”. Esa misma tarde, los chilenos descubren en televisión el rostro de los cuatro jefes que formaban parte de la junta de gobierno. El general Leigh, al mando de la Aviación, fue el más locuaz; retomó el argumento con más énfasis y denunció el “cáncer marxista” que estaba carcomiendo el país. El vocabulario empleado revela que los militares actuaban en nombre de una doctrina: la de la seguridad nacional. Forjada en el contexto de la Guerra Fría en Estados Unidos, la doctrina de la seguridad nacional daba prioridad a la lucha contra “el enemigo interior”, concepto que englobaba a comunistas y similares: socialistas, sindicalistas, cristianos de izquierda, religiosos inspirados en la teología de la liberación, etc… Esta doctrina había sido ampliamente difundida en el seno de los ejércitos latinoamericanos por diferentes canales: por la célebre “Escuela de las Américas” del ejército americano situada en la zona del canal de Panamá. Dicha Escuela había acogido desde 1946 a decenas de millares de oficiales venidos de todo el continente que habían recibido formación técnica sobre métodos de guerra contra la insurrección así como un adoctrinamiento anti-comunista. Los lazos interpersonales tejidos entre militares de países de América Latina y Estados Unidos en esa escuela, además de los encuentros y las maniobras organizadas en el marco del “bloque militar” americano del Pacto de Río, contribuyeron sin duda a la difusión de dicha doctrina. Recordemos pues que en nombre de esa seguridad nacional los generales brasileños dirigieron con mano de hierro su país desde 1964. En estas condiciones, no es de extrañar que esa fuera la doctrina que se impuso en el ejército chileno a partir del 11 de septiembre, incluso, a la fuerza, entre los numerosos oficiales que no compartían esos principios. Doctrina que presentaría múltiples ventajas para los militares y explicaría, en parte, el nivel de violencia del “golpe” y la dictadura. Infligir suplicios, matar a semejantes no es lo habitual, ni siquiera para los militares, aún menos cuando son tus compatriotas… La doctrina de la seguridad nacional les convenía muy bien, como ideología auto-justificante, para legitimar la violencia de los militares contra sus conciudadanos. ¡No! El golpe de estado no fue una represión sangrienta de un movimiento popular con el fin de defender los intereses de las clases privilegiadas del país, sino una batalla integrada en el conflicto planetario de la Guerra Fría contra el enemigo mortal de la civilización cristiano- occidental. Esto era más adecuado a la ética militar. Más tarde, permitiría justificar el mantenimiento, durante 17 años, de la dictadura de Pinochet. El enemigo mortal de la civilización era planetario, la guerra era “total”, en un Chile en guerra, la dictadura militar se impondría hasta la victoria final..(5)

Así pues, en el espíritu de los jefes militares, el golpe de estado del 11 de septiembre se convirtió en la primera “batalla”del ejército chileno contra el marxismo y por la salvaguarda de la civilización occidental y cristiana. ¡Fue una victoria relámpago y brillante! En unas horas, el poder fue derrocado, los ministerios, las radios, los periódicos y las universidades estaban bajo control. Algunos focos de resistencia obrera en las fábricas de la periferia (los famosos “cordones industriales”) fueron neutralizados. El 12 de septiembre la resistencia casi había cesado en todo el país. Las pérdidas militares fueron mínimas (entre 30 y 70 soldados y carabineros según fuentes).¡Mientras que ascendían a millares los “prisioneros de guerra” (6) capturados a un enemigo (cuyas fuerzas habían sido sobreestimadas) ! Los cuarteles, comisarías y prisiones de Santiago se desbordaron. Fue entonces cuando, el 12 de septiembre, el estadio nacional se convirtió, hasta el 19 de noviembre del 73, en el principal centro de detención del país.

 

II/ El estadio nacional convertido en campo de prisioneros

Transformar el estadio nacional en centro de detención y “concentrar” a los enemigos internos del área metropolitana de Santiago se imponía como una evidencia. No se podía encontrar en la capital, donde vivía el 30% de la población del país, otro lugar que ofreciera las mismas ventajas: un solar cerrado propicio para “reuniones” militares, resguardado de miradas indiscretas, podía acoger, en tiempos de paz, más de 75000 espectadores sentados en las gradas; vestuarios, pasillos, dependencias… El estadio fue requisado por el ejército el 12 de septiembre y acogió a los primeros prisioneros al día siguiente. A partir de esta fecha se estableció un proceso que se repetiría durante varias semanas. Una noria de autobuses, vehículos militares o camiones descargaba a las puertas del estadio su lote de prisioneros a los que habían amontonado en la plataforma trasera, tumbados en el suelo.

¿Quiénes eran y de dónde venían? ¿Por qué fueron tan numerosos?

Muy rápidamente, tras el golpe de estado, se impone en los militares la idea de que el país había necesitado de una “limpieza” social y moral para llevar a buen término la empresa de restauración. La palabra metafórica “limpieza” entró en el vocabulario corriente de los oficiales. Una limpieza cuyo precio era una guerra sucia asumida por la Junta… Esta depuración política y social tomó diversas formas, pero su carácter masivo demostró que se estaba fraguando un plan. Los lugares adonde apuntaba la represión fueron principalmente aquellos caracterizados por una fuerte concentración obrera o popular: establecimientos industriales y barrios periféricos (las poblaciones), considerados como los bastiones de la Unidad Popular en donde se suponía que se escondían armas. Las poblaciones sufrieron auténticas redadas. Rodeadas y sitiadas de madrugada por unidades de soldados, las casas fueron registradas una por una en búsqueda de armas, pruebas o indicios de activismo político o sindical de sus moradores. Las redadas podían durar varias horas. Los “sospechosos” eran cargados como ganado en camiones u otros vehículos que les llevarían hasta el estadio. A veces, los arrestos adquirían un carácter más individual, en el mismo domicilio (o lugar de trabajo) de personas conocidas por su compromiso político. En la mayoría de los casos, las víctimas cuentan en su testimonio la violencia de sus arrestos: insultos, saqueos, a veces robos de efectos personales; los golpes formaban parte del procedimiento. El estadio servía también como lugar de transferencia de personas que ya habían estado detenidas en otras localizaciones.

Así pues, parece que la mayoría de los prisioneros pertenecían a categorías populares: obreros y pequeños empleados. Sin embargo, también se contabilizó un número de funcionarios, profesionales liberales o intelectuales conocidos por su compromiso político. Se estima que alrededor de 300 extranjeros fueron detenidos en el estadio. El caso más conocido fue el de Charles Horman, ciudadano norteamericano, protagonista de la película “Missing” de Costa-Gavras. La mayoría de los prisioneros eran hombres jóvenes, incluso muy jóvenes, pero también hubo algunos centenares de mujeres.

La entrada de los prisioneros al estadio se hacía con violencia: manos detrás de la cabeza, bajo gritos, amenazas, patadas o golpes de culata. El arresto trataba de debilitar la capacidad de resistencia tanto física como moral del “enemigo”, reducir sus defensas internas, según técnicas probadas de la guerra psicológica basada en la tortura. Si bien no se pueden descartar ciertos casos de violencia gratuita. Como precisamente aclara Naomi Klein, “la tortura, la cual supone un cierto grado de improvisación, se apoya a la vez en los métodos aprendidos y en el instinto humano de brutalidad, que se manifiesta en cualquier parte donde reina la impunidad” (7). En la noche, los hombres eran amontonados en el suelo de las salas o de algunos pasillos, se procedía de la misma manera con la mujeres en otros espacios. Durante el día, centenares de hombres se pasaban las horas sentados en las gradas ( como se puede ver en las fotos que dieron la vuelta al mundo en el 73). Los detenidos estaban completamente aislados del exterior, sin posibilidad de comunicarse con sus familiares ni, por supuesto, con cualquier abogado, ignorando la suerte que les esperaba. Ciertas estancias, como la enfermería, habían sido reservadas para los interrogatorios. Cada día, pasaba entre las filas de prisioneros, por los pasillos o las gradas, un hombre cuyo rostro estaba oculto bajo una capucha (el encapuchado), designaba a aquellos a quienes él reconocía y, a continuación, eran conducidos al interrogatorio. Se supo después que el encapuchado era un ex-militante socialista que, por oscuras razones, colaboraba con los militares como soplón. La práctica de la tortura era la norma: inmovilidad impuesta durante horas, golpes, descargas eléctricas, quemaduras de cigarrillos, la “bañera” y demás. Otras formas de suplicio eran frecuentes como los simulacros de ejecución en ciertos pasillos. Las mujeres, también tratadas como enemigas internas, fueron sometidas a tortura, por sus ideas y su compromiso político, al igual que los hombres. Además fueron víctimas de otros crímenes en relación con su sexo. Nos bastará con un solo ejemplo, y sobran los comentarios, extraído de un informe oficial autorizado : “Estaba embarazada de 3 meses; fui detenida y llevada al estadio nacional. Allí, recibí golpes, tuve un simulacro de fusilamiento. Fui obligada a estar en posturas forzadas sin moverme. (…) Fui obligada a presenciar torturas y violaciones a otras detenidas. Estando embarazada y violada y manoseotada por un grupo de efectivos militares.(8).

¿Cuántos prisioneros pasaron por el estadio? Tras una visita de inspección al lugar realizada el 25 de septiembre, la Cruz Roja Internacional, que evocaba en su informe el empleo de “torturas físicas y psicológicas”, avanza la cifra de 7000. Por consiguiente la cifra fue sensiblemente superior, ya que el estadio servía también de “compartimiento estanco”. Algunos prisioneros eran puestos en libertad mientras otros eran confiados a las unidades militares que los reclamaban, ya fuera para ser interrogados en otro lugar o, a veces, para ser liquidados. Se dice que el estadio también fue lugar de ejecuciones sumarias, pero el número de víctimas se desconoce a día de hoy. Las violaciones de los derechos humanos cometidas en el estadio nacional son el reflejo, a diferente escala, de aquellas que se llevaron a cabo por la misma época en centenares de centros de detención a lo largo del país.

En noviembre del 73 el estadio fue progresivamente desalojado de sus prisioneros, que fueron, bien liberados, bien internados en otras prisiones o campos acondicionados en distintas regiones del país. El centro de detención fue cerrado definitivamente el 19 de noviembre de 1973 para recobrar su función inicial, la de un estadio de fútbol. Ya que debía desarrollarse, el 21 de noviembre, un partido de la más alta importancia para Chile…

 

 

III/ “El partido de fútbol más triste de la historia”,  según Eduardo Galeano..

Por azares del calendario, el estadio nacional se vio inmerso en un asunto de una relevancia más política que deportiva. Teniendo en cuenta la losa que aplastaba Chile en esa primavera austral del 73, este hecho, en sí mismo, es irrisorio, pero merece ser contado, ya que ilustra a su manera cómo el deporte puede convertirse en una apuesta política y ser instrumentalizado por el poder.

Con el fin de clasificar a su selección para el mundial del 74, el equipo nacional (la Roja) debía enfrentarse con… la URSS, el 26 de septiembre del 73. ¡Ese partido era crucial! Se trataba de la repesca y era la última oportunidad de obtener un billete para Alemania. Los generales dudaron un momento, parece ser. En la URSS, en el antro del monstruo comunista! Aquello venía mal… Finalmente decidieron dejar viajar a la selección. Lo que importaba era mostrarle al mundo que en Chile la vida seguía con normalidad… El recibimiento a la selección chilena en Moscú fue gélido, pero los jugadores de la Roja obtuvieron un milagroso empate a cero. El partido de vuelta estaba previsto en Santiago, el 21 de noviembre, en el estadio nacional… Pero… ¿se podía, de forma razonable, pensar en jugar un partido internacional de esa importancia en lo que se había convertido en un campo de prisioneros y en un centro de torturas? Finalmente, Pinochet decidió que sería en el estadio nacional o en ninguna parte. Para que, en el extranjero, se quedaran en paz las almas sensibles, la FIFA decidió enviar una delegación de dos personas liderada por el vicepresidente de la FIFA, Aribio d’Almeida, brasileño, notorio anticomunista. Acudieron a Santiago el 24 y 25 de octubre de 1973, inspeccionaron el estadio concentrándose en el estado del césped. Después, para clausurar su visita, acordaron una conferencia de prensa acompañados del ministro de defensa, el contra-almirante Patricio Carvajal (una de las cabezas pensantes de la organización del golpe de estado) y declararon: “El informe que elevaremos a nuestras autoridades será el reflejo de lo que hemos visto: tranquilidad total”. El orden reinaba en Santiago, así pues el fútbol podía recobrar sus derechos… Entre bastidores, d’Almeida declaró al ministro: “No se inquieten por la campaña periodística internacional contra Chile. En Brasil le sucedió lo mismo. Pero pasará.”.

A principios de noviembre, la URSS opta por el boicot. Chile era así clasificado de oficio por abandono del adversario. Pero la FIFA tomó una decisión sorprendente: exigía que el partido tuviera lugar para validar el resultado. Así, el 21 de noviembre del 73, al son de la banda de los carabineros entonando el himno nacional, los jugadores pisaron el césped de un estadio con las tres cuartas partes vacías. El partido duró 30 segundos. Chile estaba clasificado, pero ese fue, según palabras de Eduardo Galeano, el partido de fútbol más triste de la historia. Con el fin de que el público amortizara el gasto, a continuación se jugó un partido amistoso contra un equipo brasileño. Pero los jugadores de la Roja, que no tenían el ánimo para juegos, permitieron que los brasileños hicieran espectáculo. El resultado fue inapelable: 0-5. Este asunto político-deportivo tuvo un desenlace curioso. En el 74, el general Pinochet tuvo, como es tradición, que saludar a la selección antes de partir a Alemania. El mejor jugador chileno era el goleador y delantero centro Carlos Caszely. Era un hombre con un carácter muy enérgico, que nunca había escondido su simpatía por la Unidad Popular. Hombre de izquierdas, fue el único que se las arregló para no saludar al general Pinochet. El mundial fue un fiasco para Chile, eliminada en primera ronda sin ganar un solo partido. Caszely, durante el primer partido, recibió una tarjeta roja al cabo de 67 minutos. Fue la primera cartulina roja en la historia del mundial… El delegado del gobierno militar que acompañaba a la selección declaró, con un humor escabroso: “Caszely, expulsado por no respetar los derechos humanos“.

En 1985, Pinochet y Caszely volvieron a encontrarse por última vez. El general procuraba entonces aparecer como el padre del “milagro económico chileno” y Caszely acababa de anunciar su retirada. Se saludaron e intercambiaron algunas palabras: (9)

Pinochet: ¿Se va?
Caszely: así es, ya está bien.
Pinochet: Usted siempre con su corbata roja. Nunca se separa de ella!
Caszely: Así es Presidente, la llevo al lado del corazón.
Pinochet: Así le cortaría esa corbata roja ( haciendo con los dedos el gesto de tener tijeras).

Este burdo intento de instrumentalización del deporte no contribuyó en nada para devolverle la gloria a una dictadura cuya imagen internacional era desastrosa. Se puede pensar que su impacto en la población chilena fue casi nulo. Los generales argentinos tuvieron más suerte en su empresa durante el Mundial del 78….

 

 

IV/ El estadio nacional, lugar de memoria.

La democracia fue restaurada en Chile en 1990, tras 17 años de dictadura. Democracia bajo vigilancia al principio, ya que Pinochet permaneció como general en jefe hasta 1998. Este país ha tenido el mérito de emprender muy rápidamente el trabajo de memoria sobre su doloroso pasado. Se evocarán aquí dos ejemplos significativos entre otros. Lo primero fue la publicación oficial, en 1991, del informe, ordenado por el nuevo presidente Patricio Aylwin, de la comisión nacional para la verdad y la reconciliación conocido con el nombre de informe Rettig (10). Este dossier de 1300 páginas es el fruto de un arduo trabajo de investigación que aspiraba a comprender y entender lo que había sucedido a partir del 73 y a evaluar la magnitud de las violaciones de derechos humanos imputables al poder militar. Además, el informe contiene una lista de nombres de víctimas de la dictadura (más exactamente de aquellas reconocidas como tales en el momento de su publicación) lo que implica, para parte de la sociedad chilena, un reconocimiento y un derecho de reparación. En 2010, la presidenta Michelle Bachelet inauguró el museo de la memoria y de los derechos humanos en Santiago.

La transformación del estadio nacional en lugar de memoria es de otra índole, ya que el proyecto fue impulsado por un movimiento ciudadano representado por la asociación de ex-prisioneras y prisioneros del estadio nacional. Su lucha pertinaz ha permitido que el estadio nacional fuera reconocido por decreto como lugar de memoria en 2003. Desde entonces, diferentes espacios del estadio han sido conservados como lugar de memoria, exposición o conferencias; un memorial a la victimas ha sido erigido delante de una de las entradas del estadio nacional. Cada semana voluntarios realizan visitas guiadas, en particular para grupos de escolares, en un afán de transmisión de la memoria a las jóvenes generaciones. Si tienen tiempo libre para consultar, la página dedicada a esta empresa es: http://www.estadionacionalmemorianacional.cl/. El próximo objetivo de la asociación es llegar a transformar una parte del estadio en museo permanente.

El 4 de julio de 2015, en el estadio nacional es donde Chile obtiene el mayor éxito deportivo de su historia, ganando la final de la Copa América contra Argentina. Ese fue un día de comunión y de profunda alegría para la nación chilena.

En el estadio nacional el deporte ha recuperado sus derechos, como tiene que ser.

“No me da vergüenza llorar porque quiero que los que ven esto sepan que esto no se puede repetir, que el respeto ql derecho del ser humano, el respeto a su dignidad debe ser algo sagrado.“
Declaración de un antiguo prisionero del estadio nacional.
https://youtu.be/afKmGtz2m58 (minuto 11 del vídeo)

Bibliografía :
1. Alain Touraine, Vie et mort du chili populaire, Seuil, 1973.
2. Isabel Allende, Paula, edition Plaza y Janés, 1994.
3. http://www.fundacionsalvadorallende.cl/salvador-allende/allende-voces-a-40-anos-del-golpe/fragmentos-del-discurso-de-salvador-allende/
4. http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-92134.html
5. Genaro Arriagada, «  Por la razón o la fuerza », editorial Sudamericana chilena, 1998. Ver el análisis muy pertinente del autor acerca del tema , capítulo3, P. 62 y siguientes.
6. « Acta N°1 de la junta de Gobierno de chile », 13/09/1973. https://es.wikisource.org/wiki/Acta_N%C2%B0_1_de_la_Junta_de_Gobierno_de_Chile_(13_septiembre_1973)
El acta de la reunión de la Junta de Gobierno define a los detenidos como “ prisioneros de guerra”.
7. Naomi Klein, La stratégie du choc, Actes sud, 2008, ver P. 67.
8. « Comisión nacional sobre prisión política y tortura »/Informe Valech, 2004. http://bibliotecadigital.indh.cl/handle/123456789/4 Sobre el tema de las violencias sexuales contra las mujeres, ver paginas 290-298.
9. http://www.marca.com/reportajes/2011/12/el_poder_del_balon/2012/03/27/seccion_01/1332881843.html
10. http://www.derechoshumanos.net/lesahumanidad/informes/informe-rettig.htm